Cuando Agustín nos propuso realizar un estudio acerca de cuánto
tiempo pasábamos a lo largo del día consumiendo medios como el móvil, la
televisión, radio, etc., supe que iba a darme cuenta de lo enganchada que estoy
a la tecnología de hoy en día. Prácticamente no me hizo falta contar las horas
que me dedico a hacer uso de mi smartphone o de mi portátil, ya que
mayoritariamente son las horas restantes que sobran tras contar las 8 horas que
duermo al día. Me he percatado de que no sólo yo, sino la mayor parte de la
población, vive pegada a estos aparatos electrónicos. Los utilizamos para todo:
comunicarnos, ver contenidos en la red, mantenernos informados de lo que ocurre
a nuestro alrededor... Lo peor de todo es que nuestra dependencia es tan grande
que en el momento en que no podemos echar mano de estos artilugios, nos
sentimos indefensos e incomunicados.
No tiene ningún sentido sentirse así, pero en cierto modo, la tecnología es lo que domina nuestros días. Que levante la mano quién es capaz de dejarse el móvil en casa y no tener un deseo irrefrenable de volver a por él. Quién se ha quedado sin batería una tarde y no ha tenido la sensación de estar ilocalizable. Quién ha salido sin teléfono y no ha albergado la sospecha de que precisamente esas horas recibirá una llamada importante que no podrá atender. Y sobre todo, quién ha salido del cine o del teatro en alguna ocasión y ha aguantado hasta la puerta de la calle sin revisar sus llamadas o mensajes perdidos. Como es obvio, la dependencia del móvil es especialmente preocupante entre los más jóvenes y, creo que sería bueno que no se perdiesen ciertas tradiciones.
Ahora si lo pensamos
bien, en vez de cartas, escribimos whatsapps. Ya no pasamos tanto tiempo
pendientes de la gente que nos rodea, muchas veces las conversaciones entre
amigos o familiares se reducen a una pequeña charla acerca de fotos que nos
gustan de una red social, a mantenernos ausentes porque hemos recibido una
notificación de Twitter o porque alguien nos está hablando por Facebook o nos
ha comentado en nuestro muro, simples hechos que nos distraen de lo
verdaderamente importante, lo que las personas queremos compartir y transmitir.
Las relaciones interpersonales se van perdiendo poco a poco y nos aislamos
voluntariamente a veces sin darnos cuenta. Eso es un problema que quizás pueda
o no tener solución.
Con esta práctica todos nos hemos concienciado de que puede que la tecnología no sea el problema sino que el problema esté en el uso que hacemos de ella, lo cual perjudica la comunicación. Así que atraigamos nuestra comunicación hacia el mundo real y démosla un respiro de lo virtual. Hagámosla nuestra de nuevo.
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